Cuando los egipcios hablaban de Israel se referían “al pueblo de Israel”.
Cuando los judíos hablaban de Israel, se referían a la Tierra Prometida.
Sólo con esto ya se podía adivinar que iba a haber movida.
La zona a la que los judíos se referían era, en época de los egipcios (Ramses II y toda la pesca) una zona de paso que no se sabía muy bien a quién pertenecía (egipcios, filisteos, sumerios, etc.) Hasta que un buen día, los hombres de las tribus que se denominaban a sí mismos Hijos de Israel, o sea, descendientes de Jacob (según el relato bíblico, su nombre fue cambiado por el de Israel, “el que pelea con Dios”) se rebelaron, consiguiendo conquistar así la ciudad de Jericó (que era la ciudad más importante de este conflictivo territorio) y las regiones que la rodeaban.
Con todo, los judíos no dejaban de ser una tribu que poco tenía que hacer contra los grandes imperios de afán conquistador. Así, estuvieron bajo el domino de Asiria, Babilonia, Persia, Macedonia, su heredero el Imperio Seléucida, Roma y Bizancio. No hace falta decir que, salvo los seléucidas, todos fueron echando poco a poco de allí a los judíos. Especialmente los romanos.
Los judíos no estaban muy contentos con los impuestos que estos les exigían ni con algunas imposiciones religiosas que pretendían introducir. Tras una primera revuelta, los judíos se salieron con la suya; pero sólo temporalmente. Hubo dos revueltas más y al final se les expulsó masivamente del territorio. Los romanos rebautizaron a la región como Palestina.
Después de Bizancio, esta tierra fue dominada por varios estados islámicos (exceptuando el periodo de las Cruzadas, cuando se estableció el Reino de Israel) y a continuación y durante cuatro siglos (hasta 1917) perteneció al Imperio Otomano.
Entre aquella emigración masiva causada por los romanos y el final de este último imperio, evidentemente, pasaron muchas cosas. De hecho, a finales del siglo XIX, los judíos volvían a ser mayoría en Jerusalén ¿Cómo fue posible? Pues porque los judíos no se quedaron de brazos cruzados todo ese tiempo. El exilio al que se vieron sometidos tras ser expulsados por los romanos se conoce como
diáspora. Los judíos que la sufrieron anhelaban regresar a su tierra y así, a lo largo de los siglos, hubo diferentes oleadas migratorias hacia allí. Pero fue justo en el XIX cuando más se notó el retorno.
En la Europa de aquella época, el esplendor de los imperios tocaba su fin, y comenzaron a surgir con fuerza los nacionalismos. En ellos se apoyaron los
sionistas, que defendían que los judíos eran un grupo nacional y no un grupo religioso, por lo tanto necesitaban establecer una patria propia. ¿Dónde? En la vieja Palestina, que aún pertenecía a los turcos. Estos, por otra parte, en un principio, no estaban muy disgustados con la entrada de judíos en su territorio; al fin y al cabo los judíos tenían pasta para comprar las tierras y ellos las vendían encantados porque no consideraban que aquel territorio valiese gran cosa. A los que no les hacía tanta ilusión era a los árabes que estaban allí asentados.
Para agravar la situación, en Europa surgieron un par de corrientes más: el
antisemitismo (Los nacionalistas decían “Un pueblo, un Estado” ¿Y quienes no tenían un Estado? ¡Bingo!) y el
fascismo.Así que venga a emigrar a Palestina. Y los musulmanes venga a mosquearse.
En 1917 parecía que las cosas iban a empezar a ir bien para los judíos, por fin. El Ministro de Asuntos Exteriores británico promovió la idea de que se crease allí el ansiado Estado de Israel (tenía sus razones interesadas, que nadie se piense que lo hizo por altruismo) Una vez finalizada la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones estableció allí el Mandato Británico.
Los británicos se metieron en un follón: Por un lado durante la Guerra habían prometido apoyo a los judíos y por otro prometieron a los árabes que obtendrían la independencia para crear un Estado árabe unido.
Así que los judíos estaban algo mosqueados con los ingleses.
Y los árabes también,
of course.
Los árabes atacaron a las comunidades judías. Los judíos atacaron a las comunidades árabes.
Después llegó la Segunda Guerra Mundial y los británicos dieron un poquito más la espalda a los judíos abandonando la promesa de favorecer la formación del Estado Judío y dificultando la inmigración a Palestina (incluso mandaban de vuelta a Europa a muchos judíos que intentaban huir.) Su Mandato expiraría en 1948. En Palestina no resultaban nada simpáticos.

Este es justo el ambiente en el que se desarrolla la historia que cuenta Amos Oz en
Una Pantera en el sótano.
Profi es un niño de unos doce años que lucha por la creación del Estado Judío en 1947. Los británicos son el enemigo, pero él accede a darle clases de hebreo a un militar a cambio de clases de inglés. Profi lo hace en realidad no sólo para aprender el idioma, sino para ayudar a la resistencia (el grupo LOM, constituido por él y un par de amiguetes) sonsacándole al británico información privilegiada. Pero su comando no lo entiende y le acusan de traidor. Profi está hecho un lío. Sobre todo porque siente simpatía por el britanico. A partir de ahí, en todos sus actos ve cierta traición hacia alguno de sus seres queridos. Hacia el británico. Hacia la hermana mayor de uno de los otros niños. Hacia sus propios padres. Y empieza a cuestionarse cosas que nunca antes se había planteado.
No sé si hace falta que diga, con lo blandurrona que estoy últimamente, que este libro también me ha gustado mucho. Me lo leí juntando horas de un día (no llega a las doscientas páginas). Su prosa está muy bien construida, sin adornos superfluos, como a mí me gusta. Está contada con ternura, pero no de forma ñoña.
Y, lo mejor de todo, es un libro que da que pensar...
NOTA: Todo ese rollo histórico lo he soltado por si alguien le pasaba lo que a mí, o sea, por si estaba muy verde en el tema.
Cada vez que veía el telediario (y esto es desde hace mucho tiempo) ponía cara de haberle dado un mordisco a un limón mientras me preguntaba "¿Pero de dónde sale todo esto?" Así que este libro me ha dado el "empujoncito" para enterarme del todo (sólo tenía nociones confusas de la historia a partir de los setenta, que no era mucho...)
En fin, ahí queda.