Uno de ellos fue Charlie y la fábrica de chocolate. El primero (y esto sí lo sé seguro) que me enganchó. Mientras duró su lectura los días parecían más largos: no llegaba el momento de saber qué más le pasaba a los chavales en aquel sitio tan increíble y fantástico. Yo estaba revolucionada, impaciente, queriendo saber más. Mi compañero Martín tenía el libro en casa, así que él se iba leyendo los capítulos por adelantado. Todos los días, durante la clase de mate, le daba la paliza para que me contara qué le pasaba a Charlie en el capítulo siguiente. Por supuesto él se negaba a contármelo durante un buen rato- ¡Malditos niños!- aunque siempre acababa revelándome alguna cosilla. Llegados a ese punto, típico, ya no quería saber más.
Es lo mismo que cuando alguien que conoces tiene la temporada siguiente de Lost y tú no. Te mueres por saber más, pero en el fondo no quieres enterarte por terceros.
Desde entonces me he pasado tardes enteras intentando volver a tener la misma sensación. Y lo he conseguido muchas veces.
Así que le debo una a Roald Dahl.
Me he leído muchos otros libros suyos, magnifícos todos. El último de ellos ha caído en mis manos esta semana. Se titula, evidentemente, El gran cambiazo y está integrado por cuatro cuentos para adultos.
A juzgar por la portada uno se espera tal vez algo más picante y gracioso. No es esto exactamente lo que luego se encuentra entre sus páginas, pero lo cierto es que lo que se encuentra no está nada mal. Son macabros, inquietantes y burlescos; esto los hace divertidos aunque no arranquen más que alguna sonrisa irónica.
Todos tienen en común un tema: el sexo. Su importancia. O la importancia que se le atribuye.
El primero, El visitante, cuenta la aventura de un tipo (un follarín) en pleno desierto del Sinaí, donde por alguna triquiñuela de su anfitrión se ve obligado a pasar la noche en un increíble palacio, habitado por dos cachondas, en medio de un Oasis.
El siguiente, El gran cambiazo, cuenta la historia de dos vecinos, atraídos ambos por la mujer del otro, que deciden intercambiarse una noche de sábado sin que ellas lo sospechen siquiera (Pobre par de tontainas. El final no tiene precio.)
El tercero, El último acto, cuenta la primera experiencia sexual de una viuda deprimida, y el último, Perra, trata de un científico que da con la fórmula, con el perfume, que hace que todo hombre que lo huela tenga la imperiosoa necesidad de tirarse a una tía salvajemente.
Roald Dahl era un escritor que se caracterizaba por su desbordante imaginación. Supongo que esto es lo que lo ha hecho tan especial. Desde luego las situaciones que se le han ocurrido no se le hubiesen ocurrido a cualquiera.
Es capaz de mantener el interés durante todos los relatos que, aún encima, casi siempre tienen un final inesperado. A veces, y esto me ha pasado sobre todo con otro de sus libros, Historias extraordinarias, el final no es lo mejor del cuento pero su forma de relatarlo hace que no sea más que un pequeño detalle sin importancia.
Supongo que queda un poco hortera decirlo, pero la verdad es que este fulano nació para contar historias. Atrapa con su forma de hacerlo.
Debemos alegrarnos mucho de que no se haya dedicado a otra cosa...