16 julio, 2008

LA ARAÑA

A veces, por desafortunados azares de de la vida, grandes escritores quedan condenados al olvido. Creo que no es el caso de la mayoría, o a lo mejor sí y por eso creo que no. Sea como sea, sí es el del alemán Hanns Heinz Ewers, a quien actualmente se le conoce principal y casi exclusivamente en los círculos de la literatura fantástica. Prácticamente no hay información sobre él en español. No aparece ni en El Poder de la Palabra. ¿Por qué? Bueno, porque aunque profesaba un gran amor por la cultura teutónica (cosa que no les gustaba a los ingleses y franceses de su época) no estaba de acuerdo con el antisemitismo de los nazis a quienes, por cierto, tampoco les entusiasmaban sus tendencias homosexuales. Así que a pesar de su prolífica carrera en el mundo de las artes, pocos le conocen en nuestros días.
Ayer por la noche mi hermano me recomendó (ojo al dato) un relato suyo. El cuento está integrado en una colección de relatos de Vicens Vives, junto con otros de Guy de Maupassant, H. G. Wells o E. A. Poe, y se titula La Araña. Como bien dice King en el prefacio de uno de sus episodios de Todo es eventual cualquier autor de historias de suspense debe escribir una sobre la habitación encantada de una posada (¿Estoy citando a King? ¡Ay, madre! Si no me hubiese preparado yo misma este té, empezaría a sospechar de mi familia…) Curiosamente me parece buena idea. Como no soy muy aficionada al género, no conozco muchos autores que lo hayan hecho, pero estoy segura que los hay. De algún sitio ha tenido que salir la idea, creo que colectiva, de que esta, como el ser enterrado prematuramente, es una situación tópica de la literatura de terror. Tópica, encantadora y muy atractiva.
La araña cuenta la historia de un estudiante de medicina que se ofrece voluntario para desentrañar el misterio escondido en la habitación número siete del pequeño hotel Stevens, donde tres viernes sucesivos, aproximadamente a la misma hora, tres hombres se sucidaron de forma extraña sin que hubiera causas aparentes. Ewers relata con soltura y sabiduría la lucha de voluntades en la que el protagonista se ve sumergido, una guerra psicológica entre el irrefrenable deseo de sucumbir a los encantos de la misteriosa vecina de enfrente, que trabaja en su rueca, y el conocimiento de lo que sucumbir supone.


El misterio queda parcialmente anulado por el mismo título, pero esto no le resta encanto al relato ni impide que su final sea perfecto.