31 mayo, 2008

LA NOCHE DEL CAZADOR


Imaginad: Típico pueblecillo del sur norteamericano, donde todos se conocen, se entrometen en la vida de los demás y hablan con el mismo acento que el oso Yogui. Años 30. La Gran Depresión. Un hombre desesperado roba un pastón en el banco y se carga al banquero. No es un profesional. Es un padre que no tiene qué darle de comer a sus dos chavales. La poli lo detiene a la media hora, el tiempo justo para esconder la pasta. Sólo los niños saben dónde está. Piensa que en un futuro ese dinero les hará la vida más fácil. Craso error.

Al padre lo condenan a la horca. Tal vez le reducirían la condena si dijera al menos dónde está el botín, pero sus labios están sellados. Ni su compañero de celda, un siniestro y persuasivo predicador con las palabras Amor y Odio tatuadas en los nudillos, es capaz, pese al enorme interés que demuestra en ello, de sacarle una sola palabra. Al padre lo ajustician y un mes después el predicador, detenido por un delito menor (aunque en realidad podría acusársele también del asesinato de unas cuantas viudas si no fuera un tipo tan listo) sale a la calle libre como un gorrioncillo. Y, por supuesto, tiene en su mente un plan: encontrar ese dinero. Corre en busca de la joven viuda, Willa, una chica que se ha quedado sola, es pobre, tiene a dos niños a quienes mantener y ni se imagina remotamente dónde está lo que todos buscan, o sea, una mujer peligrosamente vulnerable. Bueno, para el predicador, en este caso, deliciosamente vulnerable. Por supuesto cae en la trampa de Harry Powell y se casan algún tiempo después. Ella piensa que es una gran oportunidad porque sus hijos necesitan a un padre y este parece un buen hombre, es encantador, inteligente y tan buena persona que está dispuesto a cuidarles. Un hombre de Dios. Sin embargo el mayor de los niños, de unos nueve años, no piensa igual. Se da cuenta en seguida de que el predicador busca el dinero. Pero nadie le cree. Piensan que todo son celos y puro cabreo. Fliparían si vieran cómo es la actitud oculta de Powell cuando se da cuenta de que él y su hermana son quienes conocen el secreto. Fliparían con la maldad que ese hombre lleva dentro y con el miedo que es capaz de infundir.

Esa es la esencia del libro. El miedo que despierta, el desasosiego que transmite. La clave para que esta novela sea una gran novela. Que uno tenga la necesidad de parar de leer para tomar aire no lo consigue cualquiera. Y sé que suena tópico, pero es verdad. Ni siquiera A sangre fría, de la que había oído que causaba un efecto semejante, me pareció tan chunga. Esta es absolutamente inquietante. E, insisto, es su punto fuerte. No le debió resultar fácil a Davis Grubb, el autor, dar en el clavo. De hecho, creo que sólo dio en el clavo con esta novela, las demás pasaron inadvertidas. Me voy a permitir insinuar sutilmente que la explicación obvia de este fenómeno, o no-fenómeno, es que el tío no fue un gran escritor. Cae continuamente en lugares comunes, es repetitivo en algunos símiles (“su pelo negro como ala de cuervo” es una frase chirriante que se puede leer bastantes veces en un tramo de la historia), la psicología de los personajes, salvo el del predicador, es bastante pobre y el texto por si mismo es un pelín mediocre. Qué fácil es rajar, ¿no? Que conste que no lo hago con mala baba. Al contrario. Intento explicar que a veces no hace falta ser buenísimo para hacer las cosas muy bien. Claro que no he leído nada más de este fulano. De hecho, dudo que haya otras novelas suyas en español pero, no hay necesidad de faltar a la verdad, no me he molestado en averiguarlo. La cosa es que La noche del cazador es una historia cuya intensidad es tan subyugante que todo lo demás es pajilla. Podría cargarme la mitad de este párrafo y decir simplemente que, como siempre, si tenéis la oportunidad de leerla lo hagáis y si no la tenéis, recordad que siempre podéis buscarla… ¡será por librerías!